El Festival Internacional Buenos Aires Jazz, que ayer cerró con una multitud de fieles bailando en las Barrancas de Belgrano y tantos otros reunidos en la Usina del Arte. En el norte y en el sur de la Ciudad, lo que nació y perduró, consiguió el título de clásico porteño.
El encuentro, que decora desde hace nueve años los noviembres de Buenos Aires, cubrió los barrios de un sonido nuevo. La premisa del festival es invitar a figuras internacionales que no habían pisado el país, mezclarlos con músicos locales y a estos pedirles repertorios novedosos. Así, durante seis días, más de 400 artistas llenaron la Ciudad de ritmo.
La programación fue enorme: hubo conciertos, cruces de consagrados y novatos, proyectos especiales, shows al aire libre, clínicas, ciclos de improvisaciones, entre tantas otras opciones. El epicentro estuvo en la Usina del Arte, pero se extendió por clubes de jazz, teatros, centros culturales, cafés y espacios al aire libre como el Anfiteatro del Parque Centenario y la Glorieta de Barrancas de Belgrano. También, y por primera vez, incluyó actividades en el Bajo Flores, la Villa 20, el barrio Juan XXIII y el Cildañez.
Ayer a las 17, en Belgrano, reunidos alrededor de una pareja vestida con trajes de la década del 30, decenas de cuerpos se proyectaban hacia abajo, agitaban y lanzaban patadas al aire: bailaban swing. Una danza hija del blues y el jazz, que en los últimos años volvió a vivir y que le sumó movimiento al Festival. Una hora más tarde, en la Glorieta de las barrancas aparecieron ocho jóvenes que al mando de un piano, un contrabajo, una guitarra, una batería, un teclado, instrumentos de viento y micrófonos hicieron un repaso del jazz del 20, 30 y 40, con un repertorio de Louis Armstrong, Count Basie y Nat King Cole, entre otros.
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