
Hay una mayoría marcada por la misma unidad de tiempo: dos años. Cada vez que el lapso se cumple, 400.000 familias que alquilan en la Ciudad tienen que renegociar el contrato con su locador, discutir aumentos, encontrar consenso sobre quién paga qué. Si no hay acuerdo, ponen sus vidas en cajas y se van, enfrentando los costos de otra mudanza. Los jóvenes de entre 20 y 35 años son los más presionados por ese vencimiento. El 66,3 % de esa población alquila y el 19% es propietario de una vivienda y terreno, según datos de 2016 de la Dirección General de Estadística y Censos porteña. El resto -14,6%- no entra en ninguna de las categorías anteriores.
“Aplicar a un crédito es imposible para nosotros. No tenemos la plata que piden de base y no podemos pagar el alquiler y ahorrar al mismo tiempo”, dice Romina Mano, de 31 años. Pronuncia un “imposible” y dos “no” en segundos. Así de inaccesible es para ella, profesora particular de física y matemática, y para su novio Patricio, un licenciado en historia con tres trabajos. Hace casi tres años conviven en un dos ambientes con un balcón que da a la avenida Triunvirato, en Villa Urquiza. Pagan $7.900 de alquiler y $2.300 de expensas. “Entre los dos ahorramos un máximo de $2.000 por mes. Este año no tuvimos vacaciones y lo poco que guardamos va para el casamiento”. En diciembre la pareja será matrimonio.
“El aumento de inquilinos en la Ciudad es un fenómeno creciente. Los análisis que tenemos hasta 2016 son la foto exacta entre dos momentos. Uno anterior, en el que había casi una desaparición del crédito hipotecario y otro posterior de reactivación”, dice José María Donati, Director General del área porteña de estadísticas y censos. “Los números van a mostrar un desplazamiento recién en los análisis de 2017 y 2018”, anticipa.
Mientras tanto, algunos se las rebuscan para lograr una independencia parcial. “Somos dos inquilinos. Alquilamos en conjunto porque solos nos costaría sostenerlo”, dice Maximiliano Fanelli. Es periodista, tiene 28 años, nació en Chivilcoy, estudió en La Plata y hace cuatro años vive en Capital. Como todo chico del interior, la salida de la casa de sus padres fue no bien terminó la secundaria y forzada: las oportunidades de estudio y trabajo no estaban dentro de las fronteras de su ciudad natal. Desde el año pasado convive con Juan Alliud, un porteño que dejó el nido a sus 27. “Ya quería irme de lo de mis viejos. Con Maxi somos compañeros de trabajo, nos llevábamos bien y probamos la convivencia”, dice Juan. Primero fue en el monoambiente en el que estaba Maxi, poco después en un departamento de tres ambientes en Recoleta, la actual residencia del dúo. “No me desespera tener un techo -agrega Juan-, pero me gustaría. Puedo vivir con mi sueldo, pero no ahorrar. Está bueno vivir solo, pero alquilar es vivir para otro”.
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