
En la Plaza Arenales, el principal centro de la vida pública de ese coqueto barrio porteño, se ofrecen libros gratis de todo tipo, sin contraprestación ni condición alguna. Y si alguien intenta pagar porque encuentra algo interesante, incluso uno o varios ejemplares valiosos, la respuesta es tajante: “Por favor, le pido que no lo haga, me ofende. Esto es un servicio para el barrio. Si tiene libros que le sobren, tráigalos para que otros lo puedan leer”, rezonga amablemente Adrián Cupolo, uno de los nueve empleados del Gobierno porteño que lanzaron “Libros circulando”, una original iniciativa que nació un poco por casualidad y que ya se extendió al Parque Centenario.
La propuesta fue adoptada por la Agencia de Protección Ambiental –que depende del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad–, que administra y gestiona los Puntos Verdes, lugares establecidos para el acopio de material reciclable. Hay un total de 32, distribuidos por Capital, de los cuales dos son especiales, porque además de recibir vidrios, metales, plásticos, cartón, papel y envases tetrabrik, allí aceptan electrónicos, impresoras y computadoras sin funcionar. “Pero muchas veces nos traen cosas en buen estado: sillas, platos y ropa, que nos da mucha lástima tirar. Con los libros pasó lo mismo. Al principio, los pusimos en un canasto para regalarlos y así empezó todo”, recuerda Laura Ruiz, otra de las que impulsaron “la biblioteca”.
El Punto Verde de la Plaza Arenales es uno de los más concurridos. Se trata de un contaneir reciclado, que está ubicado sobre la calle Mercedes, casi esquina Nueva York, en uno de los extremos del parque.
El éxito es tal que muchas veces las donaciones de libros superan a los encargados del Punto Verde. Cuentan un caso de alguien que estaba a punto de emigrar y dejó varias valijas repletas de libros. “No sabíamos dónde ponerlos pero por suerte se los llevaron casi todos ese mismo día”, explica Cupolo. Su compañera Ruiz, por otro lado, remarca que la intención del Punto Verde es acopiar materiales reciclables y no ordenar y jerarquizar libros para su entrega. Pero nunca se sabe cómo terminan estas historias.
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