
La situación era preocupante: mientras los casos positivos de alcoholemia en la Ciudad crecían casi un 40 por ciento, los controles bajaban en más de un tercio. Ocurrió de enero a diciembre del año pasado, cuando se registraron un 34 por ciento menos de tests respecto al mismo período del año anterior, al tiempo que los casos de conductores con más alcohol en sangre del permitido pasaron de 1998 a 2765.
Desde esa secretaría admitieron además que “existe menos eficiencia en materia de volumen” fiscalizado, pero que “se logró mayor efectividad en la detección de los choferes positivos”. Eso se debe a que, antes, se instalaba un equipo fijo en un mismo punto de la Ciudad toda la noche, mientras que ahora la estrategia es otra: cada equipo se mueve por cuatro o cinco lugares variados a lo largo de las horas, con lo que se logra un efecto sorpresa. “Antes los controles eran más vulnerables, porque la gente sabía dónde estaban y los esquivaban”.
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